lunes, 24 de mayo de 2021

de la gente que no sabe pedir perdón, de la gente que no sabe perdonar, y de nosotros

Siempre me encuentro sorprendiéndome hasta la estupefacción cuando me encuentro personas que no saben pedir perdón, o que no saben perdonar (en general, ambas circunstancias coinciden en las mismas personas).

Personas que se trancan de pronto en sentimientos de culpa que los avergüenzan. Personas que se trancan en resentimientos y rencores de los que no saben hallar camino de retorno.

La ira -expresión de deficiencia de la seguridad en uno mismo- o la culpa -o sea la vergüenza, expresión de falta de seguridad personal también ella-, les sirven un bloqueo tranquilizador, una máscara, un espejo distorsionante, que es como si les reforzaran, como si les dieran razón para quedarse allí; y les impiden sencillamente hacer teshuváh, replantearse, cuestionarse a sí mismos, empequeñecerse hasta que la cosa dañina que está trancada en sus corazones sencillamente resbale hacia fuera de la buena conciencia, hacia fuera de su conciencia de sí mismos, que llenaría enseguida el espacio liberado, y lo haría de humildad y modestia.

He sido testigo, y sufrí en mi propia carne, muchos de éstos casos últimamente. Medité y reflexioné largamente a su respecto, desde una sensación de dolor que perfora el alma. Formulé preguntas, busqué respuestas, y hallé.

Me es muy fácil, personalmente, pedir perdón. ¡Me hace sentir tan mal ser causa del mal de alguien más! ¡Tanta pena me produce la sola posibilidad de que alguien se sienta mal por mi causa!

Y en lo que hace a perdonar a mi vez, aprendí del más duro de los modos, y gracias a Hashém... si no perdoné de antemano, perdonaré ni bien el mal se haya consumado. Puesto que si no perdono, si cargo un momento amargo de la vida sobre todo momento presente en el eje de mi tiempo, estaré impidiendo a mi prójimo la posibilidad de hacer teshuváh y enmendar aquéllo que me hizo mal... y lo que estaré produciendo no es bueno. Y yo amo y busco el bien en cada momento y en cada opción de mi vida.

Yo siempre pido perdón, sea que esté claro para mí mi propio pecado, sea que  mi pecado esté claro únicamente para mi prójimo seguro de haber sido dañado, y haberlo sido por mí. Al menos, así, pidiendo perdón, lo redimiré de trancarse en el resentimiento contra mí, en la estúpida obsesión de venganza, en la ira que le destruirá su propia vida. También por esa misma razón, siempre perdono.

Sé que a la postre, o enmiendas con conciencia e intención plena tus acciones y desde ellas hacia dentro, o hallarás que la reparación ocurre de todos modos sin tu conciencia presente, y la retribución a cuanto no enmiendes por tí mismo te alcanzará, sea de modo obvio y explícito, o por caminos extraños que se te antojarán injustos. ¡Todo es en realidad tan sencillo!, y la mayoría se dedica a luchar y guerrear por lo superfluo mientras olvidan lo que de veras importa.

El enojo, la ira, el instinto de venganza, están prohibidos -como toda otra prohibición de la Torah- por ser su naturaleza expresión de necedad, de falta de conciencia, de vidas ausentes de significado y sentido. Ni a mí, ni a la Torah que estudio ni a la que enseño, nos vas a hallar allí. Ven, sigamos caminando juntos caminos de bien, de compasión, caminos de amor en el más divino sentido de la palabra, tal como a los hombres nos es dado traducir a cada paso en acción.