domingo, 14 de marzo de 2021

Cuando el otro vive para que tú halles tu propio significado y sentido

 

3 generaciones. Uno que se va temprano por una enfermedad que le precede en muchas generaciones (conozco a esta higuera por años). Podría morir antes de madurar, por una enfermedad que él no conoce; y que en todo caso, no concibe por enfermedad, porque le es connatural; y por ella así tan rápido apenas advenido se va. Uno que empieza a crecer, lleno de brío, tras el sueño de ser en algunas semanas un higo completo, maduro, ahíto de miel singular, delicioso. Voy a atender a su crecimiento. Él va en pos de su sueño. El tercero, apenas empieza el camino, despliega su rostro, sus nervaduras, hacia la luz que viene de lo alto. Ni siquiera sabe muy bien qué ocurra en lo -que para ella es lo- bajo. 

Hay quienes dicen que al primero, al que está enfermo, hay que cortarlo, para que no contagie, para que no chupe energía de los que están sanos. Uno podría creer que también algún mecanismo en el árbol podría desprenderse de lo que asume por irrescatable. Yo creo, y veo por doquier con enorme gratitud, que nada funciona de esa manera. Creo que sus dos compañeros de extremo de rama le darán instintivamente -al modo de conciencia muy mínima que intuimos al mundo vegetal- de su fuerza, para intentar rescatarlo, al higo enfermo. 

Estadísticamente, sé que no lo lograrán. Pero ellos no lo saben, y no son siquiera concientes de sí mismos, y me dan cada año una lección de piedad. Probablemente, la lección de piedad que me dan a mí por un par de meses cada año los higos y hojas y retoños de justo esta higuera a pocos metros de donde escribo para compartir contigo mi bien, responde a un montón de preguntas que compartimos. Y sí, en principio ocurrirá un milagro, pero si no ocurriera, ese higo se va a secar desde dentro y va a adquirir una estructura esponjosa, acaso interesante, pero incomible. Con lo que, si tuviese conciencia de sí, se sentiría enormemente frustrado. Y de algún modo, eso está bien, porque evita pasar el mal de que adolece a sus compañeros de final de rama, y en general.

Yo no sé cuál es la respuesta. O acaso entreveo la respuesta, pero no estoy seguro de a qué pregunta responde. En todo caso, cuando paso junto a esa higuera en mis caminatas filosóficas cada día, me detengo junto a este higo, le doy de mí -moderadamente- del dolor que él no sabe padecer. A veces, le saco fotos. Como hoy. Y entonces pienso que vino, como mínimo, a enseñarme algo. Algo como ésto, que comparto contigo hoy. Justo hoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario