domingo, 26 de abril de 2009

Las excusas de mis cantos

iaIr menachem, Iar, 5764

Hay un paisaje imprescindible que tropezar te enseña a ver. Un ángulo de todas las cosas, desde el cual se ven todas distinto -todas igual-. Vas caminando distraído por las calles tortuosas de mi ciudad y ves desde arriba las baldosas; y de pronto tropiezas vagamente, apenas como para suspenderte una fracción de segundo en ese punto del paso en que el primer pie ya se apoyó casi en el piso y el otro va ascendiendo con intención de posarse delante de aquél; y entonces miras hacia abajo, y es acaso tu sorpresa, la precariedad del equilibrio, la constatación de tu falta de precaución; quizá son todos juntos estos factores que mudan el tinte de tu realidad, y hacen operar la maravilla: ves un ángulo de las baldosas que nunca sin este tropiezo; ingresas de pronto a un universo nuevo, oculto por el hábito de la verticalidad, y todo sabe distinto. Olvida ahora el ejemplo. Pon por caso que la vida entera es el piso que se tiende a tus pies, y la caminas en un lenguaje, una razón, una sintonía que, por fuerza de su recurrencia en cada uno de tus días, te sabe inseparable de tí. A esa alfombra, tú la llamas marrón. También yo la llamo marrón, porque así lo hemos convenido. Mas debes saberlo: yo la veo distinto, siempre distinto. Convenimos el nombre de su color, mas nunca podré transmitirte el color-en-sí con que este tapete se presenta a mis ojos. En la relación con la alfombra advertirás la diferencia: para mí, cada centímetro de ella y cada instante me es precioso; tú, en cambio, la caminas con displiscencia, casi nunca con atención, siempre pendiente de otras cosas, de novedades en las pantallas que a la altura de los ojos nos rodean (de las que yo sólo sé porque te veo). Y en un instante cualquiera -en estas palabras te bendigo-, se te suspende el paso, quedas como colgado del aire; ves todo desde otro lado y te acercas a ver lo que yo veo. Sé que te alarmas: ¡¿cómo has podido caminar sobre esta alfombra con los zapatos embarrados?! ¿Cómo has dejado que un sólo paso sobre tanta belleza finamente dibujada se te pasara inadvertido? Ufff.... ¿quién pudiera volver a ver el dibujo completo?, y te das cuenta que llegas en la mitad de la película, no sabes qué pasión anima a sus oscuros personajes, no entiendes por qué pelean, por qué corren, por qué ríen. ¿Que cómo lo sé? Es que siempre es así: nadie ha visto nunca el dibujo completo; no basta para ello nuestra pobre visión, y menos aún el tiempo ese en que quedas suspendido en el aire y la vida se ve eterna. Pero ese instante te da una nueva clave, una nueva pista para ver las formas de todo mucho más bellas. Ese instante tiene la fuerza que necesitas para mudar por fin la realidad, con que sólo te atrevas a pedirlo. Imagina, por fin, que cada baldosa cobra sentido: cada una, en su trazado peculiar, tiene algo que decirte, un secreto que develar para tu amor, un misterio descosido que podría llenarte los bolsillos, una paradoja que echará a volar la risa esa que aguantas en el pecho cansado. De pronto, el dibujo fractal de la vida de perfil cancela para tí todos los planos conocidos, y una colección de imposibles invade todas tus certezas desde las caras que para tí dibuja la sonrisa del cemento, de la lana, del anís, de la profundidad de la piedra reseca que mana agua inexplicable y fresca rasando la sed vieja de tu boca. Ahora ya sabes mi secreto. Si no sucede que tropiezas, hazte el favor de un salto cortito, espontáneo, como al descuido; no te prepares: apenas, así, a mitad del camino cotidiano, en cualquier parte, rompe el equilibrio de tu paso, hazle trampa a la simetría, y pon algo más de fuerza en uno de tus pies como para que haga de resorte; mejor aún si el salto te sale un poco torcido. Durante el pedacito de instante que dure el accidente, mira para todos lados y verás lo que te digo. Y allí estamos: somos pocos y nunca nos hemos visto. Sólo se llega tropezando, y más dulce aún en la esperanza del salto. Mira: es marrón. No; tiene el color de una diadema. Pero es azul bramante y oro cielo. Déjalo ya: son todos los colores sin convenir ya nada, porque nacen de tí y los llevas dentro.


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