domingo, 26 de abril de 2009

como los árboles sabios

por iaIr menachem, Adár II, 5764

Por alguna razón, la estrechez proviene del instinto, y la amplitud es privilegio del silencio. La longitud es de la mirada atenta. El ancho, de los ojos cerrados.
Porque a diferencia de las construcciones que los hombres hacen, que crecen ladrillo a ladrillo, módulo a módulo, forma sobre forma, las construcciones humanas, las conformadas por los hombres y los lazos que les unen, se dibujan a modo de cebolla, de hojaldre infinito que se engrosa vuelta a vuelta de reloj y calendario y experiencia.

Sabios, año tras año acunan y maceran y germinan los árboles en el seno de sus troncos anillos nuevos, corazones vigorosos albergados por lo que, hasta ayer apenas, hacía la vez de corazón. Un año creces a resguardo de todo, y al año siguiente te endureces para proteger al que vendrá, y le cedes el resguardo húmedo de la proximidad al corazón, mientras los anillos adultos le rodean, desafiando con nueva fuerza cuanto ayer o mañana les proponga padecer.

Las construcciones humanas, como los árboles sabios, hacen de cada parto -de cada anillo- un nuevo corazón. El más viejo les dio nombre; el segundo, piel; el tercero, el cuarto, el quinto: unas ramas, unas manos, una boca que habla, una flor. Se hacen años y peripecias de palabra, de inviernos y veranos, de fruta sabrosa, de solidaridad y de follaje y de pasión, y a cada vuelta un nuevo corazón dentro de otro, un corazón más íntimo y mejor protegido y más rico y más fuerte; y a cada vuelta y cada año y cada experiencia nueva, lo que antes era sustancial se va arrimando a la superficie para proteger y alentar una experiencia inédita de cada vez mayor vitalidad.

Los vínculos humanos son así: como los árboles sabios. Es poco usual hallar, en los troncos de los árboles, menos o más anillos que uno por cada año de su edad: para que ello ocurra, se requieren singularidades climáticas extremas. En los vínculos humanos, la inteligencia, la dimensión del alma, gana al paso del tiempo en la determinación del crecimiento.
Cada experiencia, cada entendimiento compartido, cada lágrima y cada sonrisa, cada acto solidario y cada abrazo, cada tropiezo, cada beso y cada paso, paren anillos corazones nuevos que sustentan eso, eso que digo tronco, eso que puede parecer que duerme como el camaleón marrón hasta que es día, eso que calla cuando no canta ni grita, que no toca sino abraza, que si abre los ojos abrasa; que se sabe siempre cierto y aún dormido, despierto.
Así, los árboles sabios, y en los hombres el amor.

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