En esa casa, vivía un niño delgado que no paraba de comer. Comía mucho más que lo que suelen los niños de su edad, y aún así, no engordaba, no crecía demasiado, y tampoco envejecía. Sus padres, consternados, fueron donde su Maestro en busca de explicación y consejo.
El Maestro ordenó revisar las mezuzót, esos trozos de cuero curtido que colocamos en los marcos de nuestras puertas: sabemos que lo ahí escrito nos escribe; lo que ahí se dice, es por nosotros que se dice.
Un pasaje de la mezuzáh indica (Devarím -Deuteronomio- 11:15): "Y Daré pastura en tu campo para tus animales, y comerás, y te saciarás". Como era obvio, en la mezuzáh que se hallaba a la puerta del dormitorio del niño, la palabra "vesabá'ta" -"y te saciarás"- estaba borrada; no restaba sino un comer angustiosamente interminable. Faltaba la saciedad. Reescríbela, y reescribirás su destino.
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