por iaIr menachem
(probable continuación de El Templo de Pasos)
i- "Las ideas que traen luz de arriba, siempre son deficitarias abajo. Si no, ¿cómo?", me dijo Isso, sonriendo. "Algo tiene que pagar la descompensación bendita de la luz".
- "Fue sólo un sueño.... ¡fue tan bello soñarlo!"
Estábamos esa tarde -es excesivo "estábamos", pero en fin, ahí, frente a un escenario improvisado por la imaginación solidaria de cada quien. Era una suerte de celebración popular, disonante de lo habitual en esos casos. De pronto, anunciaron la palabra de Isso, y vimos acercarse desde atrás del escenario al gordo enorme. A mi derecha estaba Jorge: hacía veinte años que no nos veíamos y ahí estaba, a mi lado.
No creo que estuviéramos, al menos entonces, físicamente ahí; si bien sucede con frecuencia que los sueños sentencian a sus dibujos a sufrir el mundo. El sueño que yo soñaba era el que soñaba Jorge, simétrico al que soñaba Isso, paralelo al que soñaban cientos de otras personas anónimas en mi sueño, que circulaban y se amuchaban, sumido cada uno en los detalles de sus sueños propios, en la inmediatez de la platea.
Recuerdo a Isso diciendo, poco apropiadamente: "cada quien puede aprender donde quiera. Si se aprende arriba, el desafío consiste en aplicar abajo. Si se aprende abajo, hay que ser igual de brujo para hacerse entender arriba. Doquiera que aprendas, aprenderás lo mismo si te esfuerzas en aprender bien y tienes sed de atrapar la verdad. Tú eliges el nivel de dificultad adecuado a los temblores y las sonrisas de tu alma. Cuanto más lejano de la tierra tu lenguaje, más difícil será tu vida material. Cuanto más enraizado en este valle, más oscuro se te hará el discurso del firmamento. Porque vivimos en un cuarto de espejos: hacia donde vayan tus pies mirarán tus ojos, si no van tus pies hacia donde tu mente halla la luz y su cosecha".
Jorge sostenía el cigarrillo sin filtro entre los dientes y pensaba el modo de cobrarle, por fin, a un cliente difícil. Vi a Dina a lo lejos: tenía luz esa niña, pero vé a saber con qué la aventaba de sí el walkman que guardaba a sus oídos de todo riesgo de silencio.
Ella intentaba convencerlos de que su idea del ataque estaba obsoleta; de que ya nada útil podrían hacer con las armas de fuego y las láser configuradas en su pequeño avión anfibio: había que pensar algo mejor, algo nuevo sustentado en los recursos que el enemigo no tenía. ¡Somos buenos!, gritó y se arrepintió, pues ni aún ellos lo entenderían. Ellos dos estaban a cargo de los comandos, se sentían fuertes con su botonera de luces intermitentes, y acometieron a las profundidades del bajo mar en busca del escondite, del cerebro del pulpo que hacía disfuncionar todo a flor de tierra. Adina gritó y fue en vano; vestía uniforme militar negro y no contaba con más armas que su convicción, su cuerpo entrenado para la guerra y la luz azabache de sus ojos claros. Hallaron una entrada junto al despeñadero de los abismos más fríos. Se sentía el ulular de millones de existencias inferiores en descenso infinito, peleando por remontar los tormentos del agua.
Había que ingresar al Ala de las Encarnaciones para entender por qué estábamos todos, justo nosotros, juntos aquí. Qué parte de mi alma estaba activa en esos días, y con qué desafíos; las almas de quiénes habrían acudido en mi ayuda, y las de quiénes a bloquear mi pasión y tapiar los oídos a cada grito desesperado de mi pecho. Jorge fumaba, mascullaba en el celular, y un chispazo de sus ojos me decía que había reconocido al Isso de otros tiempos, que había comprendido qué hacíamos él y yo, esa tarde precisa, sentados allí.
Isso comenzó a dar instrucciones para el trabajo con la luz. Hablaba con cadencia de monje zen, que completaba una paradoja genial con su vestimenta de ejecutivo top y la riqueza de sus carnes. "Cuando el día es sagrado, pon debajo de la candela un recipiente que reciba las chispas, para evitar incendios. Pero que no tenga agua: para que no las apague". Tal se entiende del Tratado de Shabát, hoja 47b: yo lo sabía.
Nos decía que el animal cuya carne comes hoy, estará contigo mañana, en tal vida como será la tuya, en otra parte. Que los bultos que mueves cada día de tu vida, y los pasos de tus pies, aún el guiño inadvertible de tus ojos, se vestirán mañana del terciopelo o el lienzo áspero que hayas dicho, de las caricias y golpes a que hayas expuesto tu mirada, y conformarán juntos la memoria evocable de quien fuiste, de quien -acaso- volverás a ser desde ese mismo punto en que, ya por el valor de la cima conseguida o por la proximidad al precipicio, carecía de sentido permitirte el riesgo del descenso. Que por eso, cuando sea que suceda, te moriste, y que no hay tal muerte sino sólo la del alma, esa de la que te hablaba, pero no era éste el momento de ingresar a tema tan difícil en una ceremonia multitudinaria. Estábamos los dos ahí.
Luego repartieron mazapán, y todos sabíamos, al morderlo, que estábamos olvidando algo de importancia vital, que no nos había sido dado recordar. Mordí el mazapán con amargura profunda. En las profundidades del mar estaban perdidos, y Adina hizo el esfuerzo de frenarlos otra vez. Algunas entradas se abren a tu ingreso ansioso; otras, se apropian de tu ansiedad por devorarte. El único antídoto seguro es curarte de esa ansiedad antes del viaje, y las malas bocas no hallarán entonces de qué aferrarse y resbalarán a tu merced, asquerosas, sobre tí. Pero la juventud de ellos, tras haber sido adultos y seguros, semejaba una confusión senil incapaz de contener la pulsión que la ventosa del mal aspiró inmediatamente con deleite. Isso nos había dicho que nada que sea sólido se apoya, normalmente, sobre un fluido. Y que bajo ciertas circunstancias, borrar lo escrito lo borra para siempre, hacia delante y hacia tras. Otras veces, en cambio, nuestras herramientas de borrado producirán el bochorno del borrón, que dará primacía al error sobre todo el resto del texto. Sólo Dina se mantenía inmune, porque estaba en el walkman, en los ecos remotos de un sueño que alguien había soñado alguna vez, y luego lo había cantado, y grabado, y editado, y el poder de su inspiración primera se había disuelto ya en el informe manoseo del tiempo.
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