viernes, 24 de abril de 2009

Y FUE ASÍ, CYBERAMOR

iaIr menachem, 1994

Aquel día la amé, y la busqué, y no la vi. Y requerí su nombre entre los árboles y los carteles, y pregunté su ausencia a los cielos. Y escribí la respuesta a todas mis interrogantes. Aquel día inquirí por su destino, y se me dijo que no sería mía. Y lloré amargamente, buscando complascencia en el dolor, y no la hallé. Y me rebelé contra su destino deseando su presencia, deseando la fragancia de su cuerpo conocido y amado, la búsqueda de su ser, su olor, su ritmo, su voz ilimitada.

Aquel día me desconcerté, y la abracé finalmente, descubriendo luego que estaba a mi lado, amándome desesperada. Pero persistí en mi agonía inconsciente y grité su posesión; anuncié y declamé que era para mí; desafié a todas las normas de arriba y abajo clamando por su amor. Y su amor me había sido otorgado y no lo supe.

Aquel día amé la agonía de desearla más que la complascencia de tenerla. Aquel día no idealicé la felicidad inexistente, me limité a desear la sublimación de toda mi búsqueda, la negación de mi destino.

Aquel día no supe vivir sin ella más, y prescindí de ella para siempre. Mas en seguida dejé de prescindir, y la deseé aún más.

Aquel día me arrojé sobre ella y me poseyó incansablemente, y fui miel entre sus brazos, agónica pasión entre sus muslos de

miel y licor. Los pétalos de su matriz rozaron desarmando las defensas de cualquier intimidad que aún pudiese sobrevivir en mí, y me sometí a un delirio de lujuria pura y sin mella de razón.

Aquel día amé ser poseído y comprendí que lo femenino no es sino parte de mi ser, comprendí que su ser me incluía y era abarcado por mi pasión, y aprendí lo que un viciado profesor de matemáticas jamás habia podido vivir en la teoría de conjuntos superpuestos, que se incluyen mutuamente y se exceden mutuamente y se desean y se ansían y son y se fusionan juguetonamente todo el tiempo, siendo y no siendo uno y dos, queriendo, creando universos nada matemáticos y acrisoladamente pasionales.

Cómo decir que aquel día fue todos los días y no fue, existió en el tiempo y fuera de él, fue una primavera eterna y recurrente, un florecimiento y una desfloración de mil especies, y que con sus trinos mil aves alegraron la mañana, atestiguando una felicidad inédita aunque conocida, y desvistieron de adjetivos toda una búsqueda haciéndola adjetiva, justificando el mundo mío y el de ella, que me amó y lo supo, y me lo dijo en palabras de néctar mudo que me inundó con la pasión de sus vacíos, en el estertor agónico de plenitud.

Los troncos de la hierba me dijeron que debía roer las distancias de su cuerpo. Que no debía pensar, que el mundo valía poco frente a la pasión. Y quizá no supe entender que las nubes estaban para mí, para articular mi mensaje, que no había mensaje ni realidad para leer, que el teléfono de sus arcanos, de la espuma de sus mares, estaría esperándome mientras durase la marea y no después, y no supe comprender que todo volvería como vuelve todo, y no supe roer distancias, y me desesperé con la marea nueva increpando a la luna mi desquicio, y tampoco supe esperar el orgasmo del lucero que la traería junto a mí, ni logré vislumbrar las imágenes poéticas que me desbordaban, y la ansié mientras la tuve, y más cuando no la tuve más y la tuve aún por mucho tiempo, quizá por todo, quizá por nada, yaciendo junto al testaferro cibernético de letras luminosas que me atrapa en espasmos solitarios, pensando en ella.

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